El caracol,
pequeño y bello, avanza con lentitud
dejando tras de
sí brillante huella.
Avanza con la
lentitud de quien no tiene apuros
ni tiene siquiera
como apurar sus trazos.
Todo el jardín es
su espacio, con su nácar
que altivo
arrastra detrás de sus antenas
y marcha
ignorante de la propia indefensión en la que vive
pareciendo que su
vida no comienza ni termina.
No habrá un
instante en que todo se colapse
como una
implosión del ser que determine
que su misma
esencia se esfume en rojos.
No preguntará,
por cierto, la razón de su existencia
ni si tiene que
dar explicaciones al final del recorrido.
Sólo repta sobre
su brillo acuoso y sigue indiferente,
sabiendo que no
se parece en nada a los humanos.
Publicado en mi libro "De letras nacidas entre poetas". 2013
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