Salvo en mi niñez distante,
no era lejana a mí la idea de tu muerte
y me acompañó en el transcurrir de días
negándome en las noches el descanso
del cierre de mis párpados.
Rondaba siempre como el aire, conociendo
de tu corazón cansado -irreversible daño-
y a pesar de que vivías como ignorando tal
certeza,
yo no dejaba de ver la proximidad dolida.
Es que tú sabías de vidas más gozosas
a la gozosa vida que llevabas
y casi que extendías el largo de tu paso
para llegar a la convivencia con el Padre.
Egoísta yo que afligía mis entrañas por tu
gozo
previendo mi alma aquello que eludía,
con mis ojos filiales que atrapaban lágrimas.
Y llegó ese día, el día de tu gloria.
Y llegó el silencio, para no olvidarte.
Publicado en mi libro "De letras nacidas entre poetas". 2013
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