El sur se
oscurecía y un negro atemorizante aplastaba
el horizonte con rayones rojos.
La tarde
se ahuecaba en pesada calma y en quietud es-
peraba un desenlace cierto. El olor a lluvia, cada
vez
más intenso, se abrazaba a esos resplandores que
lle-
naban las retinas tejiendo deformes telarañas de
errá-
ticas luces. Una negrura ancha lo absorbía todo y
se
disponía al ritual de la tormenta.
Un tronar
de galopes desbocados se acerca y el viento
en alocada ira comienza a ser parte medular del
espec-
táculo. La vertical caída de un rayo encandilante
y el
estampido del trueno con el crujir de un pino dan
la
orden de borrasca. El descontrol de la naturaleza
se
transforma en desacostumbrado aguacero lleno de
re-
sonancias y luces. Inmersos en el fragor, mis ojos
go-
zan de la
maravilla aun en ese temor de la violencia
extrema del aire arremolinado y ahogado en la
incle-
mencia que borra otros sentires en ese instante de
fu-
ria.
Y en
repentino lance, un nuevo rayo manda a retiro a
la tormenta y llama a la quietud que estaba, para
dejar
lugar a mi descanso.
Publicado en mi libro "De letras nacidas entre poetas". 2013
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